sábado, 15 de marzo de 2008

En la piel del otro

Naufragio de una patera. Foto de Juan Medina / Reuters

Por unos minutos, nosotros fuimos ellos. Este era uno de los objetivos de la representación ¿Son solubles? realizada el pasado 13 de marzo en Elche por la ONG Elche Acoge y el grupo de acción teatral del Museo de Arte Extemporáneo (MAE). Durante un momento el público sintió lo mismo que sienten los miles de inmigrantes que deciden arriesgar su vida y viajar en patera: miedo, angustia, esperanza y finalmente rechazo y desolación.

Cogidos a una cuerda, los asistentes comenzaba su trayecto en "patera"ante los ojos de cientos de curiosos que pasaban en ese momento por el centro de la ciudad ilicitana. Después de unos minutos, los participantes llegaban a una de las puertas que dan acceso al escenario del Gran Teatro. Sumidos en la oscuridad, en silencio, apretados unos contra otros y con el ruido de las olas del mar, los gritos de desesperación y los rezos como banda sonora.

La experiencia continuó en el pasillo del teatro. Al fondo, unas pantallas mostraban unas imágenes que representa todo lo que estos viajeros creen que se van a encontrar al llegar a su particular "paraíso". Fama, dinero, deportistas triunfando, músicos de renombre...pero también dolor, manifestaciones, drogas...en definitiva todo lo que el inmigrante puede encontrarse en el lugar donde quiere empezar su nueva vida.

Sin embargo, la brusquedad devuelve a los navegantes a la triste realidad. La música se detiene, las imágenes cesan y el nerviosismo se apodera de la embarcación. El motor se ha roto, al igual que el sueño de sus ocupantes, se acabó el viaje. Hay que bajarse de la patera, en la orilla un grupo de agentes de seguridad esperan a los recién llegados con máscaras y guantes. No hablan, sólo dan un ligero golpe en la espalda, invitando a no romper la fila y a continuar andando.

Nadie sabe lo que está ocurriendo y sólo se escucha un golpe seco que se hace más fuerte a medida que el viajero se va acercando a una mesa, la incertidumbre y la tensión crecen por momentos, un agente está sentado en ella, pone un sello y entrega una tarjeta. Deportado, más rotundo imposible.

Aquí acaba la aventura. Los asistentes se han metido en la piel del inmigrante. Esa sensación que han sentido habría que multiplicarla por mil, tal vez por un millón, sólo entonces comenzaría a parecerse a lo que ellos sienten.

Esta ha sido una primera iniciativa, tal vez llevando a cabo más acciones como esta se consiga, de una vez por todas, inculcar los valores y de respeto y solidaridad en todas las personas.

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